domingo, 3 de julio de 2016

Armaduras

Yo no sé a vosotros, pero en la carrera, casi siempre me he quedado con las ganas de preguntarles a los profesores ciertos aspectos de sus trayectorias como docentes, intérpretes o, sobre todo, como traductores. Si os pica la curiosidad tanto como a mí y queréis que os aconsejen, aquí os traigo un pequeño artículo donde expondré algunas anecdotillas que, desde mi poca experiencia os puedo aportar.

Como estudiante, os puedo decir que siempre me ha gustado la rama de letras. Lo tenía bastante claro desde que me dieron dos opciones para elegir en cuarto de la ESO: Humanidades o Ciencias. Está claro cuál elegí yo, ¿no?, sin embargo, a diferencia de muchas opiniones que me han comentado algunos compañeros míos, a mí sí me gustaban las matemáticas. Así que ya en Bachillerato, en vez de decantarme por las “letras puras”, decidí estudiar Ciencias Sociales. Peeero, cómo no, tenía que haber algún inconveniente: si quería estudiar Traducción e Interpretación, tenía que cambiarme a Humanidades para que me ponderaran las asignaturas. Así que me armé de valor en el segundo trimestre y me lancé a la piscina. Hice en seis meses lo que cualquier estudiante hace en nueve.

Tras terminar esta etapa, tenía aún más claro que quería estudiar esta carrera, pero con una dud”illa”: sabía perfectamente que quería estudiar inglés, pero en Traducción e Interpretación hay que escoger una lengua C también, así que ¿qué idioma me gusta más?, ¿cuál tiene más salida? Mmm… todo el mundo me dice que coja alemán, que voy a tener muchísimo trabajo luego; mi hermana me dice que coja italiano, que me irá muy bien; mi madre, que coja francés, que ya tengo una base desde la ESO. ¡Qué indecisión! Pues nada, al final, de nuevo, me armé de valor, haciendo caso omiso de los demás y escogí… árabe. Sí, árabe. «Pero, ¿dónde vas, niña? ¡Si eso es muy difícil, eso se escribe de derecha a izquierda!». Ahora que ya estoy casi terminando esta etapa, a todos les diría que sí, que es difícil, pero quien no arriesga no gana.

Anécdotas como estas y mejores me han pasado millones como estudiante. Pero ahora me gustaría comentaros aquellas que me han pasado como traductora en potencia. Cuando realmente me empecé a enamorar de esta profesión fue el año pasado. Sí, hace nada, pero en tercero es cuando se empiezan a impartir clases de traducción especializada y, la verdad, es que me han parecido impresionantes. Desde la científico-técnica hasta la jurídica.

Con la comida, siempre me gusta probar un poco de todo, picar aquí y allá. Pues con la traducción me pasa lo mismo, aunque sí que hay ciertas áreas que me apasionan más. Este deseo de saber un poco de todo es lo que me llevó a que un día decidiera inscribirme para ir a un congreso. Había charlas de muchísimos temas: de poesía, de literatura fantástica, de traducción audiovisual e incluso de traducción erótica (uuuh). Bueno, pues resulta (ahí va otra anécdota) que terminó la jornada y era el turno del encuentro con empresas. Mis amigos y yo nos acercamos a un stand y la chica de la empresa, muy simpática, nos estuvo explicando cómo funcionaba su empresa. Tras una buena dosis de información, dos de mis amigos le dieron sus tarjetas de visitas, ya que querían darse a conocer. Cuál fue mi sorpresa que, cuando la chica me preguntó por mi tarjeta, no supe qué responder. Siempre había pensado «si todavía no he terminado mis estudios, ¿quién me va a querer siendo inexperta?». En ese instante, maldije el momento en el que decidí no hacérmela. Finalmente, le respondí a la chica:
- Eeeem…, pues no tengo.
- ¿Pero cómo no puedes tener? ¡Si son súper útiles!

En ese momento, mi cabeza empezó a buscar una respuesta, algo para enmendar ese error. Así que me armé de valor (creo que ya van tres armaduras las que me he puesto en este artículo, ¿no?) y le dije:
- ¿Y si mañana te traigo una?
- Si consigues hacértela de aquí a mañana, ¡te contrato!
«Joder, joder, Rocío… Ya puedes empezar a apañártelas para tenerla lista para mañana» pensé. Así que, efectivamente, me quedé hasta las dos de la mañana diseñando mi propia tarjeta de visita. A la mañana siguiente, estaba la primera en copistería para imprimirlas. Luego, tras varias horas de charlas en el congreso intentando encontrar con la mirada a aquella chica, me fui, sin éxito, a comer. Sorprendentemente, picando de una comida y otra, me la encontré y yo, toda orgullosa, le di mi tarjeta. La chica se quedó boquiabierta no solo porque lo había conseguido, sino, también, porque en mis idiomas ponía… ¡árabe! Al final, me dijo que le mandara mi currículum. Fue una historia bastante buena, sí.

Y, bueno, por ultimísimo, os cuento la anécdota que me trajo hasta aquí, a P4Traducciones. Era un día calurosísimo de verano, yo estaba sin saber qué hacer y mi hermana me gritó desde su cuarto: «¡Rocío, ven!». Me dijo entusiasmada que había un curso en Sevilla de Traducción Audiovisual y nos llamaba muchísimo la atención. Compramos la entrada y pusimos rumbo a la calurosa capital andaluza. Estuvo genial. Pero cuando ya nos tocaba irnos, se me ocurrió una cosa y le dije a una amiga que también venía conmigo: «Quilla… ¿y si hacemos las prácticas de la “uni” aquí?», a lo que respondió «Hostia, estaría genial». Tras mucho dudar y mirarnos sin saber qué hacer, me puse mi cuarta armadura y le dije a la chica que estaba en recepción: «Perdona, ¿tenéis programas de prácticas?»

Y aquí estoy, picoteando de traducción en traducción.

Rocío Coronil Soto